Alonso Quijano es un hidalgo pobre de la Mancha, que de tanto leer novelas de caballería acaba enloqueciendo y creyendo ser un caballero andante, nombrándose a sí mismo como Don Quijote de la Mancha. Sus intenciones son ayudar a los pobres y desfavorecidos, y lograr el amor de la supuesta Dulcinea del Toboso, que es en realidad es una campesina llamada Aldonza Lorenzo.
La primera salida la hace solo, pero regresa en poco tiempo a casa y decide nombrar a Sancho Panza, un empleado suyo, escudero. Juntos realizan la segunda salida, en la que viven más de una aventura: Don Quijote ve y ataca a unos gigantes que en realidad resultan ser molinos de viento, confunde un rebaño con un ejército, tiene más de una disputa, una de ellas con un vizcaíno, y llega a enfrentarse a unos leones.
Finalmente, y tras hacer penitencia en un bosque, es capturado por el cura y el barbero de su pueblo y llevado a casa en una jaula tra ser engañado para ayudar a la supuesta princesa Micomicona.
En la tercera y última salida, las aventuras más destacadas son las de La cueva de Montesinos, donde Don Quijote sueña mil maravillas, el rebuzno de Sancho Panza, y para finalizar, la derrota de Don Quijote ante el Caballero de la Blanca Luna, razón por la que se retira su hogar, donde, tras adquirir de nuevo la cordura, fallece.
Hace unos 1500 años una migración procedente de Polinesia, encabezada por el ariki Hotu Matuá, arribó a nuevas tierras iniciando una de las más portentosas culturas desarrolladas en el mundo.
Durante una primera época, los colonos polinesios se abocaron a la búsqueda del agua, recurso escaso en una isla sin ríos. Pasado los primeros siglos desde el asentamiento creció la necesidad de recordar a sus ancestros más ilustres; así nació el moai, rasgo distintivo y único de la cultura rapa nui.
A lo largo del tiempo, la construcción de la estatua se transformó en la principal actividad laboral y económica de toda la isla, restando incluso mano de obra a importantes labores como la agricultura y la pesca.
La paz que trae consigo la masificación del trabajo del tipo monumental hizo que la población aumentara hasta unos 10 mil habitantes.
Después de ese gran aumento de la población, empezó una nueva etapa en la historia de la isla. Estuvo marcada por innumerables y interminables luchas entre las grandes tribus que tuvieron como resultado el fin de la primera cultura: la del moai.
Las guerras dieron paso a una nueva administración político religiosa en la isla y quedó atrás el culto al hombre, al ser derrumbados todos los moai. La nueva época se caracterizó por una vuelta a las tradiciones mas antiguas de Polinesia: el culto a las aves. Los líderes religiosos de la isla se asentaron en el borde sur del volcán Rano Kau, creando la aldea ceremonial Orongo. Año a año se esperaba la llegada de las aves migratorias que, según la tradición oral, eran enviadas por el mismo dios Maka Make para avisar el comienzo de una nueva temporada, pues en el pasado existían sólo dos épocas anuales: hora y tonga.
La ceremonia del hombre pájaro consistía en una competencia que tenía como objeto la captura del primer huevo de la camada del ave manutara. Cada tribu tenía un representante; quienes se recluían en las inmediaciones del volcán Rano Kau para entrenarse en los distintos aspectos de la competencia.
Con la llegada de las primeras aves migratorias a los islotes, en época de primavera, se daba comienzo a la carrera. Los hopo manu o competidores celebraban una comida ritual llamada “umu tahu”, pintaban sus cuerpos con “kiea” y después procedían a bajar el acantilado inmediato a la aldea de Orongo, con un altura de uno 300 m sobre el nivel del mar.
Luego nadaban hacia el mayo de los islotes, Motu Nuoi, distante unos dos km. Los hopo manu esperaban en cavernas que las aves nidificaran sobre el islote. Una vez que los pájaros ponían sus huevos, se procedía a capturar uno, y a anunciar hacia Orongo que se era poseedor de éste. Se reiniciaba la natación, se escalaba el acantilado hasta la aldea y el hopo manu que entregaba primero el huevo a su ariki lo convertía en el tangata manu, jefe religioso y político de la isla durante un año.
Este sistema detuvo las grandes guerras tribales, dejando una calma relativa a Rapa Nui. En esa época arribaron los primeros visitantes occidentales, lo que coincidió con la elección del último tangata manu.
Expediciones desde el Oeste.
La llegada del capitán holandés Jocobo Roggeveen en 1722 dio a conocer la isla en todo el mundo. Durante el siglo XVIII es visitada por 3 expediciones más: James Cook, Gonzalez y de Galaup.
En el siglo XIX comenzó la página más negra de la historia de Rapa Nui. Es invadida por expediciones esclavistas que tienen como resultado, a lo largo del siglo, el rapto de unos cuatro mil isleños para ser usados como esclavos en las minas guaneras del antiguo sur de Peru, actual norte de Chile.
Durante ese período arribaron los primeros misioneros católicos.
La llegada de los occidentales, en conjunto con la alta influencia de la religión católica, sin olvidar el extrañamiento de una importante porción de la población de la isla, casi exterminaron la antigua cultura rapa nui, que perdió su escritura jeroglífica rongo-rongo.
En 1866 se realizó la última elección del tangata manu. Este hito marcó el fin de lo que se podría denominar la cultura clásica de Rapa Nui. A partir de ese momento, y con la llegada de los primeros colonos occidentales, la cultura sobre la isla tuvo un dramático vuelco, que convirtió a este pueblo de tradición polinesio-oceánica en un pueblo de ganaderos y agricultores.
En 1888 Rapa Nui pasó a formar parte del territorio chileno a través de un trato suscrito por el ariki Atamu Tekena y el representante del gobierno chileno, Capitán de fragata, Policarpo Toro.
Durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX se consolidó la actividad ganadera ovina en Rapa Nui. La isla fue entregada en arriendo a compañías ovejeras. Durante casi toda la primera mitad del siglo XX los isleños son confinados al poblado de Hanga Roa, y se declaró arraigo sobre ellos, no pudiendo abandonar el pueblo.
Hace mucho tiempo, en el gran océano que baña las costas del Perú no había peces. Había corales, esponjas, medusas, caracoles y otros animales, pero ningún pez nadaba en las azules aguas de dicho océano. Éstos habitaban únicamente los ríos, lagos y torrentes del Perú, pero eran tan pocos que no los pescaban.
Un día estos peces emigraron hacia el océano, y allí se multiplicaron. He aquí cómo ocurrió:
En esa época vivía en el Perú un joven príncipe, hermoso y gallardo. Era muy poderoso y conocía artes de magia. Alcanzaba un gesto suyo para que colinas y montañas se aplanasen y transformasen en prados verdes y fértiles llanuras; sumergía una caña en un río, y en el mismo instante las aguas aumentaban, desbordaban y regaban los campos de cultivo; pronunciaba unas fórmulas mágicas, y al momento quedaban desecados los pantanos y lagunas fangosas, cuyas cuencas se transformaban en fructíferas plantaciones de plátanos.
Este príncipe se llamaba Coniyara, y como era un hombre justo al que le gustaba hacer el bien, a menudo se disfrazaba de mendigo para mezclarse con la gente pobre y enterarse de sus necesidades y anhelos. Muchas veces acompañó a los pastores de llamas que recorrían los escabrosos senderos de los Andes. Entraba en las cabañas miserables y veía cómo se molía con esfuerzo el maíz conseguido con dedicación en las laderas rocosas.
Nadie reconocía a este príncipe, cuando se disfrazaba de mendigo.
Habitaba en aquellos tiempos esas tierras una princesa llamada Cavillaca, que rechazaba obstinadamente a todos los pretendientes que se le presentaban. Un día la hermosa princesa penetró en un bosque, se sentó a la sombra de un árbol y empezó a tej